Mito: El mito de Naylamp
- mancha kuy
- 7 nov 2022
- 3 Min. de lectura
EL MITO DE NAYLAMP

Lambayeque, Perú
Dicen los pobladores de Lambayeque que en tiempos muy antiguos, que no saben en qué año fue, vino al Perú con una gran flota de balsas un señor de mucho valor y prestigio llamado Naylamp, y trajo consigo una gran cantidad de gente. Entre la multitud de personas, quienes tenían mayor importancia eran sus cuarenta oficiales, un trompetero que usaba unos grandes caracoles, un hombre que cuidaba las andas y sillas de Naylamp, otro que tenía a su cargo derramar polvo de conchas marinas en la tierra que su señor había de pisar, el cocinero, otro que tenía cuidado de las unciones y colores con que el señor adornaba su rostro y otro que tenía la misión de bañar al señor, lavar la vestimenta y preparar ropa de pluma. También vino un príncipe llamado Llapchiluli, quien había sido enriquecido por su señor debido a su gran destreza en la elaboración de ropas de plumería, y con esta gente venían infinitos oficiales y hombres de cuentas.
Este señor Naylamp vino a tomar la tierra alrededor del río Faquisllanga (hoy conocido como río Lambayeque) y luego de haber dejado allí sus balsas se adentró en la tierra con deseos de asentarse en ella. Avanzaron media legua y en ese punto Naylamp y sus súbditos decidieron construir unos palacios donde poder vivir. También crearon un ídolo con el rostro de su señor Naylamp, el cual era labrado en una piedra verde, y se le llamó Yampallec (que quiere decir figura y estatua de Naylamp) en un lugar llamado Choc. Luego de vivir muchos años de paz, le vino el tiempo de muerte al señor Naylamp. Para que no se enteren los vasallos de que la muerte le había llegado, lo sepultaron a escondidas en el mismo aposento donde había vivido y avisaron por toda la tierra que su señor había tomado alas y se había desaparecido. Fue tan triste su ausencia que aquellos que llegaron con Naylamp en sus barcos, quienes tenían gran cantidad de hijos y nietos por toda la fértil tierra en ese momento, desampararon todo y salieron a buscarlo por todas partes. Y así solo quedaron en la tierra aquellos que ahí mismo habían nacido. Cium, el hijo mayor de Naylamp, quedó como señor y tuvo una gran familia; sin embargo, luego de muchos años se metió en una bóveda bajo el suelo y allí se dejó morir para que en el futuro pueda ser recordado como un ser divino.

Durante la vida de Cium, segundo señor en estos valles, se apartaron sus hijos a fundar otras familias y poblaciones. Sus hijos se llevaron consigo mucha gente y se dividieron por distintos territorios. Uno de los hijos, llamado Norr, se fue al valle de Cinto, otro llamado Cala fue a Túcume y otro a Collique y otros a otras partes más lejanas. El príncipe Llapchiluli se apartó con mucha gente que le quiso seguir y halló su hogar en el valle llamado Jayanca, y allí permaneció con todos sus acompañantes. A Cium le sucedió su hijo mayor y así sucesivamente por varias generaciones.
Sucedió que un nuevo señor, llamado Fempellec, recordado como el más desdichado de los señores del imperio, quiso mudar el ídolo que Naylamp puso en el templo de Choc. Por querer cometer esta deshonra a la memoria de Naylamp, se le apareció un demonio en forma de mujer con quien tuvo un romance. Como consecuencia, empezó a llover (cosa que jamás se había visto en esas tierras) y duró este diluvio treinta días, a los cuales sucedió un año de mucha esterilidad en los suelos y hambre. Los sacerdotes de los ídolos de la tierra notaron tan grave delito cometido por su señor y entendieron que el pueblo padecía por su culpa con hambre y necesidades. Por tomar venganza, sin importar que le debieran fidelidad a su señor por ser vasallos, lo prendieron y ataron de las manos y pies, y lo arrojaron a las profundidades del mar, y con él se acabó la línea y descendencia de los señores naturales del valle de Lambayeque que Naylamp trajo consigo.
Adaptado de Miguel Cabello (1951).
Miscelánea antártica. Lima, Perú: Universidad
Nacional Mayor de San Marcos.
Comentarios